Con la palabra que os traemos esta semana volvemos a hacer hincapié en lo azarosa y caprichosa que es la etimología. Las palabras, como aves migratorias, pasan por lugares, lenguas y avatares diversos hasta llegar a su definitivo enclave. El ejemplo de esta semana ilustra bien lo que decimos. Asomaos al acantilado, pero sed puntuales...
RELOJ:
Según
Corominas, esta palabra entró al español hacia el 1400 procedente
del catalán antiguo relotge
que
a su vez tuvo otra forma más primitiva
orollotge. Esta
última se acerca más a la etimología de la palabra que es el latín
horologium
que
procedía en última instancia del griego ὡρολόγιον que
significaba “reloj de sol”: estaba formada por composición (a la
que tanto tendía la lengua griega) de ὥρα “hora” y λέγω
“contar”. Los griegos fueron grandes aficionados a los relojes de
sol y luego los romanos siguieron esta costumbre; de todas formas su
exactitud era muy discutible como podemos concluir por la frase de
Séneca: “es más fácil poner de acuerdo a los filósofos que a
los relojes”.
En
español se adaptó la palabra del catalán como *reloje cuyo plural
es “relojes”; precisamente de aquí, del plural, se sacó el
singular por analogía: “reloj”.
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